El narrador






La realidad de la obra es muy compleja, por la abundancia de personajes en continuo movimiento. El autor dejó que los personajes se expresasen por sí mismos, por lo que domina el diálogo. Esto ha contribuido a que algunos críticos la consideren modelo de novela behaviorista y objetiva. En esta interpretación pudo haber influido alguna declaración del propio Cela. 

Darío Villanueva dice que se puede comprobar que la voz del narrador interviene reiterada y decisivamente y su perspectiva es un elemento muy importante. Admite la presencia de otra voz, la del autor implícito, que por encima del narrador puede hacer determinadas especulaciones dirigiéndose a un lector implícito, al que sugiere o impone una forma de lectura. El narrador se dedica a describir ambientes y figuras, mientras que el autor implícito valora, amonesta, advierte o exclama, advierte al lector, etc. Incluso usa la primera persona narrativa, en lugar de la tercera:

"Doña Rosa va y viene por entre las mesas del Café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia "leñe" y "nos ha merengao". Para doña Rosa, el mundo es su Café, y alrededor de su Café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un buen amadeo de plata por nada de este mundo. Ni con primavera ni sin ella". 

El narrador es ubicuo y omnisciente. Conoce el nombre y la vida de los personajes. Cuando aparece uno nuevo, nos proporciona toda la información oportuna. A veces parece darnos su ficha, como si fuera un policía (II, 2).

"Su biografía es una biografía de cinco líneas. Llegó a la capital a los ocho o diez años, se colocó en una tahona y estuvo ahorrando hasta los veintiuno, que fue al servicio. Desde que llegó a la ciudad hasta que se fue quinto no gastó ni un céntimo, lo guardó todo. Comió pan y bebió agua, durmió debajo del mostrador y no conoció mujer. Cuando se fue a servir al Rey dejó sus cuartos en la Caja Postal y, cuando lo licenciaron, retiró su dinero y se compró una panadería; en doce años había ahorrado veinticuatro mil reales, todo lo que ganó: algo más de una peseta diaria, unos tiempos con otros. En el servicio aprendió a leer, a escribir y a sumar, y perdió la inocencia. Abrió la tahona, se casó, tuvo doce hijos, compró un calendario y se sentó a ver pasar el tiempo. Los patriarcas antiguos debieron ser bastante parecidos al señor Ramón".

 Conoce el estado y reacciones físicas de los personajes. Incluso tiene más información que ellos mismos (V, 5):
"El difunto marido de doña Juana, don Gonzalo Sisemón, habia acabado sus días en un prostíbulo de tercera clase, una tarde que le falló el corazón. Sus amigos lo tuvieron que traer en un taxi, por la noche, para evitar complicaciones. A doña Juana le dijeron que se había muerto en la cola de Jesús de Medinaceli, y doña Juana se lo creyó. El cadáver de don Gonzalo venía sin tirantes, pero doña Juana no cayó en el detalle". 

 Conoce sus deseos y sueños no realizados (IV, Elvira y Celestino). Se permite la reiterada aplicación de una perspectiva animalizadora, degradante, en contraposición a la asepsia del behaviorismo. “El de al lado sonríe como un alumno ante el profesor: con la conciencia turbia y, lo que es peor, sin saberlo” (I, 35). La omnisciencia del narrador se percibe asimismo en la minuciosidad de los datos que ofrece acerca de los personajes: el narrador conoce su vida presente, su nombre y apellidos, edad,... y se remonta incluso al pasado ofreciendo con gran detalle datos acerca de su vida (secuencia en la que habla de los antecedentes de la señorita Elvira). 

 Este narrador omnisciente muestra su mayor grado de subjetividad en el tratamiento de los personajes, ya que selecciona aquellos aspectos de los personajes que le sirven para sus propósitos. Muestra claramente sus simpatías o antipatías hacia determinados personajes (p.ej. doña Rosa aparece caracterizado como un personaje repulsivo:

"Doña Rosa tiene la cara llena de manchas, parece que está siempre mudando la piel como un lagarto. Cuando está pensativa, se distrae y se saca virutas de la cara, largas a veces como tiras de serpentinas. Después vuelve a la realidad y se pasea otra vez, para arriba y para bajo, sonriendo a los clientes, a los que odia en el fondo, con sus dientecillos renegridos, llenos de basura". 

 La Uruguaya aparece descrita también con repugnancia (IV, 10). Otros personajes son presentados con una estética deformante cercana al esperpento, por ejemplo, la presentación de Dorita (VI, 1):

"A Dorita la echaron de su casa y anduvo una temporada vagando por los pueblos, con el niño colgado de los pechos. La criatura fue a morir, una noche, en unas cuevas que hay sobre el río Burejo, en la provincia de Palencia. La madre no dijo nada a nadie; le colgó unas piedras al cuello y lo tiró al rio, a que se lo comieran las truchas. Después, cuando ya no había remedio, se echó a llorar y estuvo cinco días metida en la cueva, sin ver a nadie y sin comer. Dorita tenía dieciséis años y un aire triste y soñador de perro sin dueño, de bestia errabunda".

Al autor implícito hay que atribuirle las secuencias totalmente digresivas, que no tienen un personaje protagonista concreto (I, 3; IV, 5; VI, 1):

"Los clientes de los Cafés son gentes que creen que las cosas pasan porque sí, que no merece la pena poner remedio a nada. En el de doña Rosa, todos fuman y los más meditan, a solas, sobre las pobres, amables, entrañables cosas que les llenan o les vacían la vida entera. Hay quien pone al silencio un ademán soñador, de imprecisa recordación, y hay también quien hace memoria con la cara absorta y en la cara pintado el gesto de la bestia ruin, de la amorosa, suplicante bestia cansada: la mano sujetando la frente y el mirar lleno de amargura como un mar encalmado".
 Hace comentarios directamente relacionados con la función narrativa (I, 2), hace suposiciones (I, 18). Incluso adelanta la reacción de los personajes (V, 4). Se convierte en editor (III, 23), se autocita (V, 19). Rompe la monotonía del relato con la emotividad de una exclamación (II, 8) e implica a un lector implícito. Ejemplos: «A mí no me parece...», «Digo esto...», «Ya dijimos...». En alguna ocasión, Cela se dirige incluso a los lectores con un «ya sabéis». 
"La mañana sube, poco a poco, trepando como un gusano por los corazones de los hombres y de las mujeres de la ciudad; golpeando, casi con mimo, sobre los mirares recién despiertos, esos mirares que jamás descubren horizontes nuevos, paisajes nuevos, nuevas decoraciones. La mañana, esa mañana eternamente repetida, juega un poco, sin embargo, a cambiar la faz de la ciudad, ese sepulcro, es cucaña, esa colmena... ¡Que Dios nos coja confesados! "

Pero, sobre todo, son muy abundantes sus reflexiones sobre el comportamiento o la índole de los personajes (se encontrarán ejemplos fácilmente), así como sobre la vida en general. “Se llama Mauricio Segovia y está empleado en la Telefónica. Digo esto porque, a lo mejor, vuelve a salir”. “Era un gitanillo muy simpático pero ya muy visto” (II, 46).

Pero en muchas ocasiones aparece un narrador en tercera persona objetivo, que desaparece para dejar actuar a los personajes. Así, hay secuencias en las que sólo se registra el exterior de los personajes y sus palabras (IV, 2: Victorita habla con su madre). En estos casos la técnica empleada se acerca a la cinematográfica. A veces el narrador muestra su desconocimiento de las cosas por medio de expresiones como: “parece ser que...”, “nadie sabe por qué...”, “según dicen por el barrio...”. Incluso parece desconocer los nombres de los personajes:”un señor de barbita blanca...”,”un jovencito melenudo...” En estas ocasiones actúa como un narrador testigo.

Del contraste entre la objetividad del diálogo de los personajes y las voces alternantes del narrador y el autor implícito nace el distanciamiento e incluso el cinismo con que la mayoría de los personajes son vistos.

Cela utiliza un narrador omnipresente con su vigorosa personalidad y no puede hablarse —pese a la apariencia de muchas páginas— de «objetivismo» en sentido propio.

  En alguna ocasión recurre al uso del monólogo interior, que nos permite conocer el pensamiento caótico de un personaje en un momento de máxima tensión:

"Martín empieza a pensar muy de prisa. ⎯¿De qué tengo yo miedo? ¡Je, je! ¿De qué tengo yo miedo? ¿De qué, de qué? Tenía un diente de oro. ¡Je, je! ¿De qué, de qué? A mí me haría bien un diente de oro. ¡Qué lucido! ¡Je, je! ¡Yo no me meto en nada! ¡En nada! ¿Qué me pueden hacer a mí si yo no me meto en nada? ¡Je, je! ¡Qué tío! ¡Vaya un diente de oro! ¿Por qué tengo yo miedo? ¡No gana uno para sustos! ¡Je, je! De repente, ¡zas!, ¡un diente de oro! "¡Alto! ¡Los papeles!" Yo no tengo papeles. ¡Je, je! Tampoco tengo un diente de oro. ¡Je, je! En este país, a los escritores no nos conoce ni Dios. Paco, ¡ay, si Paco tuviera un diente de oro! ¡Je, je! "Sí, colabora, colabora, no seas bobo, ya darás cuenta, ya..." ¡Qué risa! ¡Je, je! ¡Esto es para volverse uno loco! ¡Éste es un mundo de locos! ¡De locos de atar! ¡De locos peligrosos! ¡Je, je! A mi hermana le hacía falta un diente de oro. Si tuviera dinero, mañana le regalaba un diente de oro a mi hermana. ¡Je, je! Ni Isabel la Católica, ni la Vicesecretaría, ni la permanencia espiritual de nadie. ¿Está claro? ¡Lo que yo quiero es comer! ¡Comer! ¿Es que hablo en latín? ¡Je, je! ¿O en chino? Oiga, póngame aquí un diente de oro. Todo el mundo lo entiende. ¡Je, je! Todo el mundo. ¡Comer! ¿Eh? ¡Comer! ¡Y quiero comprarme una cajetilla entera y no fumarme las colillas del bestia! ¿Eh? ¡Este mundo es una mierda! ¡Aquí todo Dios anda a lo suyo! ¿Eh? ¡Todos! ¡Los que más gritan, se callan en cuanto les dan mil pesetas al mes! O un diente de oro. ¡Je, je! ¡Y los que andamos por ahí tirados y malcomidos, a dar la cara y a pringar la marrana! ¡Muy bien! ¡Pero que muy bien! Lo que dan ganas es de mandar todo al cuerno, ¡qué coño! Martín escupe con fuerza y se para, el cuerpo apoyado contra la gris pared de una casa. Nada ve claro y hay momentos en los que no sabe si está vivo o muerto".